viernes, 5 de agosto de 2011

Emil Mihai Cioran (Émile Michel Cioran en francés; Răşinari, Imperio austrohúngaro, 8 de abril de 1911 - París, 20 de junio de 1995)

EL OCASO DEL PENSAMIENTO

Uno puede decir con toda tranquilidad que el universo no tiene ningún sentido. Nadie se enfadará. Pero si se afirma lo mismo de un sujeto cualquiera, éste protestará e incluso hará todo lo posible para que quien hizo esa afirmación no quede impune.
Así somos todos: nos exoneramos de toda culpa cuando se trata de un principio general y no nos avergonzamos de quedarnos reducidos a una excepción. Si el universo no tiene ningún sentido, ¿habremos librado a alguien de la maldición de ese castigo?
Todo el secreto de la vida se reduce a esto: no tiene sentido; pero todos y cada uno de nosotros le encontramos uno.

La soledad no te enseña a estar solo, sino a ser único.

Dios está muy interesado en controlar las verdades. A veces un simple encogimiento de hombros puede hacer que todas se le vengan abajo, puesto que los pensamientos ya hace tiempo que se las socavaron. Si un gusano es capaz de sentir inquietudes metafísicas, también él le quita el sueño.
Pensar en Dios es un obstáculo para el suicidio, no para la muerte. Eso no alivia en absoluto la oscuridad que habrá asustado a Dios mientras se buscaba el pulso por miedo a la nada...
Dicen que Diógenes se dedicaba a falsificar moneda. Todo hombre que no crea en la verdad absoluta tiene derecho a falsificar cualquier cosa. Si Diógenes hubiera nacido después de Cristo, habría sido un santo. ¿Adónde puede llevarnos la admiración por los cínicos y dos mil años de cristianismo? A un Diógenes enternecedor... Platón dijo de Diógenes que era un Sócrates loco. Difícil resulta ya salvar a Sócrates...

Si la sorda excitación que me domina cobrara voz, cada gesto sería un postrarme de hinojos ante un muro de las lamentaciones. Llevo luto desde que nací, luto por este mundo.

Todo lo que no es olvido, nos desgasta el alma; el remordimiento es el reverso del olvido. Por eso se alza amenazador como un monstruo de tiempos remotos que mata sólo con la mirada o llena los momentos con sensaciones de plomo fundido en la sangre.
El común de las gentes siente remordimientos tras un acto cualquiera; sabe por qué los tiene porque los motivos están ante sus ojos. Sería inútil que les hablara de «accesos», nunca podrían entender la fuerza de un tormento inútil.
El remordimiento metafísico es una turbación sin causa, una inquietud ética en el límite de la vida. No tienes culpa alguna de la que arrepentirte y sin embargo sientes remordimientos.

No te acuerdas de nada pero te invade un sentimiento infinitamente Doloroso del pasado. No has hecho nada malo, pero te sientes responsable de los males del universo. Sensaciones de Satanás delirante de escrúpulo. El principio del Mal apresado en las redes de los problemas éticos y en el terror inmediato de las soluciones.
Cuanto menos indiferente seas frente al mal, más cerca estarás del remordimiento esencial. Este a veces es difuso y equívoco: entonces cargas con la ausencia del Bien.
El color del remordimiento es el morado. (Lo extraño en él tiene su origen en la lucha entre la frivolidad y la melancolía, donde la última es la que triunfa.) El remordimiento es la forma ética del pesar. (Los pesares se convierten en problemas, no en tristezas.) Un pesar elevado al rango de sufrimiento. No resuelve nada, pero lo empieza todo. La moral aparece con el primer temblor de remordimiento.
Un dinamismo doloroso hace de él un desperdicio suntuoso e inútil del alma. Sólo el mar y el humo del tabaco pueden darnos una idea de su imagen.
El pecado es la expresión religiosa del remordimiento, al igual que el pesar es su expresión poética. El primero es un límite superior; el último, inferior. Te lamentas de que algo ha ocurrido contigo mismo... Eras libre de dar otro rumbo a los acontecimientos, pero la atracción del mal o de la vulgaridad ha vencido a la reflexión ética. La ambigüedad arranca de la mezcla de teología y vulgaridad que hay en cualquier remordimiento.
No hay forma más dolorosa de sentir la irreversibilidad del tiempo que a través del remordimiento. Lo irreparable no es otra cosa que la interpretación moral de esa irreversibilidad.

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